Este verano tuve un desagradable incidente en mi viaje a Irlanda. Alquilamos un coche para conocer el país a nuestro aire y el primer día de ruta, paramos en medio del campo para hacer unas fotos del paisaje y cuando regresamos cinco minutos más tarde nos encontramos con que nos habían roto el cristal trasero y se habían llevado todas nuestras pertenencias. Se llevaron mi cajita de acuarelas y mis cuadernos de viaje con un montón de trabajos, incluidas dos acuarelas que mis hijos habían pintado unos días antes en Lanzarote.
Me quitaron dinero en efectivo, me dejaron sin tarjetas de crédito, sin dni, sin carnet de conducir, sin identificación alguna en un país extranjero, pero sobre todo, sin mis trabajos, en los que tantos buenos ratos había. Me robaron una preciosa libreta que me habían regalado con tapas de tela y hojas en fuelle en la que había empezado una acuarella del muelle de Galway. Había dibujos de mi pueblo, en Soria, de Lanzarote, de la isla la Graciosa, del Ibón de los Asnos de Panticosa… Todo mi verano retratado en acuarela arrancado de cuajo en un instante.
Me robaron un cuaderno con un montón de anotaciones, dibujos rápidos hechos en el aeropuerto de Barcelona, retratos de gente leyendo, durmiendo… Imaginé a los chorizos vaciando mi bolsa de tela estampada con el lema «Make Art, not War», quedándose con el dinero, la documentación y las tarjetas y rompiendo o esparciendo mis trabajos en medio del campo irlandés. Me dejaron momentáneamente sin identidad y sin dinero, pero sobre todo me sentí violada en mi intimidad… Un amigo me dijo que, puesto que tenía fotos, intentara repetir las acuarelas. Pero hay cosas que son como los momentos, que se pueden rememorar siempre pero no se pueden duplicar nunca.
Repuesta del disgusto inicial, decidí que este incidente no iba a amargarme las vacaciones, así que busqué una tienda de bellas artes en Galway, compré otra cajita de pinturas, unos pinceles y hojas y al día siguiente intenté correr un túpido velo sobre el robo y continuar con mi ilusión por plasmar recuerdos.
El resultado han sido algunos trabajos rápidos más. Pero sobre todo, un rebrotar con más intensidad en las ganas de seguir pintando. Es mi manera de protestar cuando me siento agredida. Hacer con más fuerza aquello de lo que he sido privada. Porque como dije a los pies del castillo de Oranmore al día siguiente del robo, «con las piedras del camino construiré mi fortaleza».
Oda a la cabezonería de The Proclaimers.
«I’m gonna be (500 miles)»
(…) But I would walk five hundred miles
And I would walk five hundred more
Just to be the man who walked a thousand miles
To fall down at your door
Pero caminaría quinientas millas,
y caminaría quinientas más,
solo para ser el hombre que caminó mil millas
para derrumbarse delante de tu puerta.