Óleo y acrílico sobre tabla. Técnica mixta. 55 x 38 cms. Septiembre 2015
«Los zapatos de Vicente Holgado sospechaban desde hacía tiempo que los calcetines se pasaban información unos a otros acerca de las actividades de los zapatos, pero no dijeron nada, pues eran poco espontáneos y preferían pensar las cosas antes de hablar o tomar decisiones. El zapato impar, por su parte, resultó ser muy locuaz y le dejaron desahogarse. Su dueño había perdido el pie derecho en un accidente laboral, condenándole a él y al resto del calzado de la casa a aquella suerte de viudez que sobrellevaba con pesadumbre.
– ¿Qué fue del otro zapato?- preguntaron las zapatillas deportivas.
– Lo enterraron con el pie amputado, a modo de mortaja, y desde entonces, me siento dividido, fragmentado, incompleto. Antes parecíamos dos, como cualquiera de vosotros, pero éramos uno, porque ahora que parezco uno sé que soy medio.
Todos estuvieron de acuerdo en que cada par de zapatos, aun estando compuesto por dos unidades en apariencia autónomas, formaba un solo cuerpo, de manera que la desaparición de uno de ellos constituía una mutilación. Los de Vicente Holgado, que habían tenido cada uno fantasías individuales de independencia respecto al otro, no quisieron contradecir el sentimiento general, pero trataron de encontrar ventajas a la coyuntura:
– Todo no puede ser malo. Seguramente habrás ganado en agilidad.
– No hay nada que compense este sentimiento de privación continuo. Además hay algo peor…
Como se resistiera contarlo, los zapatos de mujer le animaron a continuar, apoyados con vehemencia por las deportivas y con resignación por las de cuadros.
– Está bien- concedió el mocasín viudo-, lo más duro no es soportar mi dolor, sino el de mi pareja, un dolor que llega desde la lejanía como un daño remoto que no hay manera de aliviar. Creo que podría soportar el padecimiento propio: es el desgarro de mi gemelo ausente el que más duele.
Fragmento de «No mires debajo de la cama», de Juan José Millás.