Óleo sobre tabla. 40 x 20 cms.
Domingo Jiménez Hernández.
Nació en 1914 en Aldealcardo, un pueblo de las Tierras Altas sorianas que ya ni siquiera existe. Murió a falta de cinco días para cumplir los 93 años.
La Guerra Civil le pilló haciendo la mili y le tocó llevar camiones de transporte. Nunca tuvo carné de conducir. Trabajó incansablemente en el campo de San Pedro Manrique. Emigró a Zaragoza para estar cerca de su única hija.
Domingo disfrutaba cuidando de sus perros. Hablaba con ellos, con todo el que se le cruzaba y hasta con las piedras. Dialogante, contador de anécdotas e historias, con todo el mundo se llevaba bien. Tenía genio, era un batallero incansable y no paraba hasta que no se le escuchaba en sus peticiones.
Domingo era limpio, presumido y siempre iba perfumado con colonia fresca. Domingo fue un abuelo que envejeció con dignidad y nunca quiso oler a viejo. Domingo era mi abuelo.
«Aquellos que hoy se sienten jóvenes han de reconocer que con el transcurso del tiempo, a lo más que pueden aspirar es a envejecer con dignidad, y difícilmente podrán hacerlo si los que hoy son jóvenes no ayudan a los que hoy son viejos a envejecer con esta dignidad».
Joan Manuel Serrat- Llegar a viejo